Proyecto Taller Central V
Durante el trabajo de dibujo en figura humana realizado en clases, he ido observando y reflexionando acerca de muchos temas que se relacionan directamente con el cuerpo. Además de lo interesante que es analizar las proporciones, pesos, texturas, volúmenes, etc., lo que primero me llamo la atención, era la capacidad de memoria que posee el cuerpo, su función como soporte concreto de la vida, todos los rastros, huellas, marcas y tiempo que van depositándose en el, funcionando como lenguaje corporal.
Además me interesó mucho el movimiento circular del cuerpo, su ciclo, el momento de muerte y desintegración, donde el cuerpo vuelva a su origen, la tierra, y da paso a un nuevo renacer. Es el punto exacto de unión entre el comienzo y el final, en que no importa si es que se está descomponiendo o componiendo.
Quiero representar al cuerpo como materia orgánica viva, que nace de la tierra y muere en ella. De cierta manera citar el momento de la creación, y relacionarlo directamente con la función creadora del artista.
Para esto quiero trabajar con escultura.
Primero voy a sacar moldes de mi cuerpo, de las extremidades, tórax y cabeza, con vendajes. Luego voy a cubrir estos vendajes con un barro grueso, una especie de adobe. Se verá como un cuerpo saliendo de la tierra, por lo que estará hecho de manera mas bien rústica, con ciertos detalles que los trabajaré con greda, como el rostro y el lugar donde se depositen las luces.
Este cuerpo estará rodeado de tierra y barro.
Quiero construirlo a escala real con el cuerpo humano.
De alguna manera tomo como referente el Land Art, algunos trabajos de Ana Mendieta tienen bastante relación con el mío, estos en donde se entierra quedando tapada completamente con tierra experimentando la muerte del cuerpo, luego al salirse deja una huella en la tierra. Me parece interesante construir el cuerpo con barro, ya que es un material noble, una materia prima, que crea una relación coherente y estética.
El presupuesto del trabajo son aproximadamente $15.000.
Olivia Guasch.
domingo, 5 de abril de 2009
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Bien Olivia. Formalmente hay que observar las dificultades que presenta una escultura de este tipo emplazada en un espacio ajeno al suelo/tierra como son una galería de arte o nuestra sala de clases.
ResponderEliminarHablando de Ana Mendieta, conviene leer este ensayo del curador cubano Gerardo Mosquera
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Arte, Religión y Diferencia Cultural
El mundo global es también, paradójicamente, el mundo de la diferencia. La eclosión tercermundista que siguió a los procesos de descolonización tras la Segunda Guerra Mundial fracasó en casi todos los terrenos, pero la multiplicidad en la cultura se ha expandido a caballo del potro de Atila de la "occidentalización" global. El devenir de la cultura se trenza en buena medida hoy día en las tensiones entre pluralismo y homogeneización. Incluso, la estrategia del poder en la actualidad no suele consistir en reprimir u homogeneizar la diversidad, sino en controlarla.
Elementos aborígenes y de origen africano han sido empleados a menudo por el arte de América Latina como pasaportes para expresar su originalidad frente a un Occidente visto a la vez en términos de pertenencia y oposición.
Las neurosis nacionalistas y de identidad del Continente han inclinado a las sociedades criollas a representar las nuevas culturas nacionales proclamando componentes prehispánicos y atributos provenientes de grupos de origen no occidental que, paradójicamente, han sido marginados del proyecto nacional. Tal operación se ha hecho sobre todo mediante componentes formales y temáticos, que actúan con frecuencia en un plano más bien superficial e incluso retórico. Es menos usual que acervos de raíz afro o indoamericana constituyan la estructura misma de una obra. De ahÌ la importancia del cambio de orientación apuntado en artistas que parten de sistemas de pensamiento no occidentales para hacer obras muy complejas, pluridiscursivas, que en algunos casos constituyen una presencia activa de lo afro e indoamericano en la construcción de arte internacional contemporáneo.
La obra de Ana Mendieta (1948-1985) ha despertado una nueva atención internacional debido a la retrospectiva curada por Gloria Moure para el Centro Gallego de Arte Contemporáneo, que ha viajado por varios paÌses y se ha presentado por primera vez en América Latina en el Museo Tamayo, en la Ciudad de México. La muestra ha sacado a la luz los performances tempranos realizados por la artista en Iowa entre 1972-1974, a los que ella misma no daba mucha importancia. Estas obras, que en su mayorÌa sólo quedaron registradas en diapositivas, presentaban un juego con la identidad personal y unas mutaciones del cuerpo que, aunque obviamente inspiradas en los performances de Bruce Nauman, Vito Acconci y Carolee Schneemann, poseían una rispidez y un carácter propios. Sin ser conocidos en su época, anticiparon el posterior afianzamiento de aquela tendencia con el trabajo de artistas como Cindy Sherman, Lorna Simpson, Kiki Smith y Janine Antoni. Otros de sus performances de entonces usaban sangre y representaban de un modo realista escenas de violencia.
La activación polisémica de la sangre (como signo de violencia física pero también como elemento místico y vitalista) y el empleo directo del cuerpo condujeron a su serie de las Siluetas y a la obra posterior, por la cual era conocida la artista cubano-americana. Sobre esta parte de su trabajo quiero bosquejar algunas cuestiones de Ìndole cultural y acerca de la sÌntesis entre arte y religión que, en mi criterio, constituyen el aspecto más significativo de su trabajo.
Mendieta realizó varias visitas a Cuba a inicios de los 80, estableciendo vÌnculos muy estrechos con los jóvenes artistas que renovaron la cultura cubana en aquellos años. Tuvo especial interacción con José Bedia, Ricardo Brey y Juan Francisco Elso, quienes comenzaban a trabajar en la dirección a la que me refer al inicio. El trabajo de Ana, aunque procedente del nuevo performance y el arte feminista de los 70, se fundamentaba en la misma perspectiva de aquellos jóvenes, al introducir elementos de religiosidad afrocubana. Ella, cuya obra ya estaba claramente definida, ejerció influencia artística sobre ellos, y a la vez recibió una fuerte influencia cultural.
Pero el sentido de su trabajo se hermana sobre todo con artistas como Elso (también desaparecido en edad temprana) o la mexicana Paula Santiago, quienes practican un ritualismo a la vez real y simbólico. No es que en ellos el arte vuelva a desempeñar funciones ancilares de la religión, sino lo opuesto: apropian creencias y prácticas religiosas para fines artÌsticos. En otras palabras, estos artistas producen obras que siguen su función tradicional de objetos de comunicación estético-simbólica para exhibir y coleccionar. Pero, a la vez, el arte resulta para ellos un instrumento místico real fuertemente ligado a sus vidas personales. Por supuesto, de hecho ellos hibridan el arte hacia la religiosidad popular.
Aquél fue para Ana un rito compensatorio de su escisión personal, una solución imaginaria a su ansia imposible de afirmación mediante la simbolización del regreso, simultaneamente en términos culturales, sicológicos y sociales. Como es sabido, la artista sintió siempre una escisión como consecuencia del exilio. Ella mitificó las religiones afrocubanas y, en general, sus conocimientos librescos de las culturas prehispánicas de México y Las Antillas hacia una operatividad artística y personal. Gran parte de su obra consiste en un acto único: fundirse con el medio natural. Lo describió asÌ: "Me he lanzado dentro de los elementos mismos que me produjeron, usando la tierra como mi lienzo y mi alma como mis herramientas". La obsesiva repetición de este gesto posee un fuerte sentido ceremonial. Más allá, es un rito en sentido estricto, pues su carácter performático se encuentra cargado de religiosidad, constituye un acto místico lleno de significados personales. Por un lado, elabora una larga metáfora del regreso a lo esencial, construída desde su "sed de ser", como afirmó ella misma. Por otro, porta una experiencia trascendental, una hierofanía Ìntima. Verdaderamente, esta obra de Mendieta se encuentra muy próxima a la operatividad religiosa afrocubana.
Tal religiosidad viva, inspirada sobre todo en tradiciones de su cultura de origen, y el sesgo personal, apartan a la artista de cierto esencialismo ingenuo que puede percibirse en su trabajo y, sobre todo, en sus declaraciones. A esto contribuyen además las reverberaciones sociales y culturales provenientes de ser un discurso diaspórico que busca una afirmación del inmigrante en su diferencia. Un aspecto m·s que resalta a Mendieta de otras prácticas de su época es que ella usa el cuerpo para construir una espiritualidad exaltada, acometiendo, como ha dicho Michael Duncan, una ¡atrevida amalgama de cuerpo y espíritu! Sobre estas bases ella produjo una singular combinación de body art, land art, performance y fotografÌa.Al partir siempre de su cuerpo, hay en Ana una modestia que no ha caracterizado a los land artists. Es "una colaboración entre la artista y la naturaleza", según ha observado Judith Wilson. La mayor parte de sus "siluetas" fue hecha en lugares apartados y con carácter efímero.
Las obras --en su acepción de resultado visible-- revisten menor importancia que sus procesos, debido a que estos determinan la semiosis y prosiguen después de terminada la "pieza", en su devenir dentro del medio ambiente. De ahí el absurdo de reproducir esta piezas dentro del museo, como se ha hecho en ocasiones.
Las "siluetas" son el testimonio de una liturgia místico-artística, que en ocasiones alude directamente --en los títulos, en el empleo de ciertas técnicas o en algunos detalles-- a ritos afrocubanos. El papel de la foto parece limitado a ser el vehÌculo para plasmar y comunicar este testimonio. Pero en realidad la foto posee una importancia crucial, porque, adem·s de ser el fruto exhibible, el trabajo implica la fotografÌa desde la fase de proyecto. Las ceremonias místicas de Mendieta, hasta cierto punto, fueron posadas para la cámara. Tienen que ver con la mentalidad del snapshot. Todos estos aspectos indican una mezcla de procedimientos, pero también de poéticas y perspectivas culturales que se vincula con lo que Luis Camnitzer ha llamado arte Spanglish.
Ana se usó a sí misma como una metáfora. Y hasta su muerte trágica pareció completar el ciclo -con una lógica escalofriante- en una útlima obra. Como signo de la utopía e imposibilidad de su proyecto, la silueta final quedó sobre el cemento de Nueva York, volviendo a los primeros performances de Mendieta con la muerte y la sangre. En Cuba se ha comentado que el arte de ella y de Elso avanzaba demasiado hacia lo ritual, y al insistir en una entrega ceremonial del cuerpo, podría estar relacionado con la muerte temprana de ambos artistas.
Podría decirse que el posmodernismo trajo una apertura hacia lo vernáculo y la alteridad, y que una artista como Mendieta integró la orientación posmoderna "internacional". Pero en ella ocurre una real interconexión de sentido, mientras el posmodernismo más bien ha intercambiado significantes y técnicas entre los planos "culto", popular, masmediático, etc., que conservan sus propios discursos y circuitos. En Mendieta no se trata de lo "primitivo" o lo vernáculo en lo "culto" y lo "internacional", sino haciéndolos. Ocurre un cambio de perspectiva que tensa la categoría "posmoderno". Lo crucial en esta perspectiva es la internacionalización y capacidad de acción contemporánea de cosmovisiones subalternas.
Es cierto que todo esto sucede en el "high art" y sus circuitos de élite, no en el terreno de la cultura popular. Tiene lugar una intervención de lo popular-no occidental-subalterno-periférico en lo "culto"-occidental-hegemónico-central, comunicando los dos costados hacia "arriba", pero no hacia "abajo".
De todos modos, se da un paso hacia la superación del eurocentrismo en la pr·ctica del arte. Si bien la globalización por un lado aplana y por otro facilita el pluralismo, los descentramientos implícitos permanecen bajo el control de centros que se "autodescentran", en una estrategia lampedussiana de cambiar para que todo quede igual. Pero a la vez brindan un flanco crítico aprovechable. Este pulseo caracteriza la cultura actual como campo de tensiones post-guerra fría. El debate etnocultural ha devenido espacio de luchas de poder, tanto en lo simbólico como en lo social. Aquellas se empeñan entre la asimilación, el tokenismo, la rearticulación de las hegemonías, la afirmación de la diferencia y la crítica al poder, entre otras tensiones. Aunque sea más bien como paradigma, Ana Mendieta se proyecta más allá de la seudodescentralidad posmoderna hacia un descentramiento real, que puede originar transformaciones desde una pluralidad actuante.
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Gerardo Mosquera es crítico y curador del "New Museum of Contemporary Art" de Nueva York. Entre sus publicaciones destaca "Beyond the fantastic.Contemporary art criticism from Latin America" y "Copiar el Edén: Arte Reciente en Chile".